CUANDO LLEGUE MI TURNO

A esta edad, por encima de muchos promedios y siendo jubilado, una jubilación que cuando preguntan por ella digo que más o menos, por no decir que sólo da para una quincena, que peor es nada, tengo que caminar todos los días para alargar la vida, para sentirme bien.

Muchos ya saben dónde es que vivo. En un área suburbana, fuera del pueblo, perdón de la ciudad, porque a Nueva Guinea la elevaron de categoría desde hace varios años, desde el 2008.

El camino que lleva a mi casa es de macadán, dicen que de todo tiempo por no decir que es un camino asqueroso, que nunca le dan mantenimiento, y si me pusiera a contar los hoyos que tiene desde el complejo judicial hasta aquí, te diría que son más de cincuenta cráteres, pero me divierto en otras cosas: haciendo sudoku, leyendo de todo y todo el tiempo, escribiendo y haciendo mis caminatas de todos los días.

Todas esas actividades forman parte de mi rutina diaria, pero la caminata, a pesar de las piedras y los hoyos, se ha convertido en mi refugio.

En esas caminatas trato de analizar mi vida, sí, allí en ese camino lineal, la analizo y la veo en etapas. La caminata le da fortaleza a mi vida, entre más camino, más fuerte me siento, aunque después vengan los quejidos para que ella me dé una sobadita.

Es como un trabajo que te gusta, te apetece hacerlo, pero, aunque no te paguen, siempre estás en el.

Si me ves por el camino no te vas a confundir. Llevo puestos unos tenis azules con hoyos, sí, son viejos, pero así me llevan por el camino; un short negro deshilachado con el logotipo de los Yanquis de Nueva York y casi siempre con una camiseta blanca que uso como parte del pijama.

Esa indumentaria es casi siempre la misma, con pocas variantes, porque los tenis no los cambio por nada del mundo, hasta que aguanten.

Voy caminando en un camino lineal, con árboles a los lados, la neblina me inunda, voy lejos de la ciudad y sus ruidos, sé muy bien lo que no voy a encontrar. Suena el timbre del teléfono. Sí, diga… No, estoy lejos, si le parece puede llegar a mi casa por la tarde… Ok, a las tres de la tarde… Gracias. En todo este tiempo de caminar, he conocido a muchas personas, pero en el afán de no detenerme al caminar solamente los saludos son de manos, un simple gesto de adiós.

A veces cambio de rumbo y me voy para el lado de la ciudad. Allí la caminata es en el parque central y se vuelve circular, siguiendo las manecillas del reloj.

Todo se reduce a dar las vueltas que me he propuesto como meta, sin nada más que recordar la carga que ese parque lleva a sus espaldas: alegría, amores, fiestas, combates, muertos y armas enterradas.

Y cuando me doy cuenta debo regresar al punto de inicio. He cumplido un día más con la rutina de una hora y media de caminata, estoy satisfecho al ver el reloj.

De nuevo en casa disfruto del confort y la seguridad de lo cotidiano.

Me quitó los tenis, calzo mis chinelas y me acomodo en la mesa donde están los sudokus esperándome, mis notas de colores y la computadora.

Casi siempre pienso que mi vida ha sido como el camino que recorro.

A veces lineal, a veces circular. Recuerdo la llamada del vendedor de lotería, sonrió, y estoy seguro que un día, cuando llegue mi turno, mi vida va a cambiar.

Escrito por Ronald Hill.

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