18 meses de vida, meses de horror: abusada por su padre mientras su madre migraba

Que su memoria nos incomode, nos duela y nos movilice.

Lejos del cuidado de su abuela y aislada del amor de sus tíos maternos, una niña de apenas 18 meses vivió meses de abuso sexual a manos de su propio padre, Santos de Dios Morales Miranda, de 34 años.

La pequeña, cuya corta vida terminó trágicamente el pasado 4 de julio a causa de una descarga eléctrica, había sido víctima de violencia sexual de forma sistemática, según lo reveló el informe forense posterior a su fallecimiento.

El agresor aprovechaba las ausencias prolongadas de su pareja, madre de la menor, quien viajaba hasta por 20 días a El Salvador por motivos económicos, para perpetrar el abuso en total impunidad.

Durante ese tiempo, Morales no salía a trabajar ni permitía que la niña tuviera contacto con sus familiares maternos. Alegaba no poder conseguir empleo debido a sus antecedentes penales, y mantenía un control total sobre el entorno de la víctima, impidiendo que cualquier persona pudiera advertir lo que ocurría dentro de la vivienda.

La Fiscalía presentó cargos formales en su contra, indicando que los abusos ocurrieron entre enero y junio de este año. Fue el forense quien, al analizar el cuerpo de la niña tras su fallecimiento, descubrió el horror que vivió en silencio.

La jueza Isabel Mayorga, del Juzgado Especializado en Violencia de Chinandega, ordenó prisión preventiva contra Morales y programó la audiencia inicial para el 21 de julio.

Reflexionemos

Esta historia no solo refleja el crimen atroz de un hombre contra su propia hija, sino también la vulnerabilidad extrema en la que viven muchas niñas y niños en Nicaragua, especialmente cuando sus madres se ven obligadas a migrar para sobrevivir. La violencia sexual infantil no siempre deja huellas visibles, pero sí cicatrices irreparables en el cuerpo y la memoria colectiva.

Es deber del Estado y de toda la sociedad crear condiciones reales para la protección de la niñez, así como garantizar justicia, reparación y no repetición. La vida de esta niña fue arrebatada no solo por su agresor, sino por un sistema que no logró verla, protegerla ni salvarla.

Que su memoria nos incomode, nos duela y nos movilice.

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