Bluefields está perdiendo su rostro. Cada día son menos las casas que mantienen el encanto y la historia que nos hacen únicos en Nicaragua y en todo el Caribe.
Las construcciones modernas, muchas veces sin planificación cultural, están borrando el carácter distintivo del Caribe Inglés, diluyendo nuestra herencia en un paisaje urbano cada vez más genérico y ajeno a nuestra historia.
La arquitectura tradicional de Bluefields se caracteriza por casas de madera elevada sobre pilotes, techos a dos aguas, amplios corredores y colores vivos.

Estos elementos no son casualidad: se diseñaron para adaptarse al clima tropical húmedo y a las frecuentes lluvias, y para resistir huracanes. Además, reflejan la fusión de influencias afrocaribeñas, británicas y criollas que han marcado la ciudad desde finales del siglo XIX.
Un simple paseo por la ciudad evidencia esta alarmante pérdida. Casas emblemáticas como la que albergó el histórico Hotel Hollywood, El Cueto o las moradas tradicionales de la Iglesia Morava, que durante décadas fueron íconos del centro y se han deteriorado, han sido demolidas o transformadas sin consideración.

Más allá de los estilos y materiales, estas construcciones son guardianas silenciosas de nuestras historias: testigos de migraciones, de luchas por la autonomía, de celebraciones comunitarias y de la vida cotidiana de generaciones enteras.
Cada casa y cada plaza forman parte de la memoria colectiva y son una pieza viva de la identidad caribeña.

En Bluefields, todavía sobreviven algunas casas tradicionales en barrios como Beholden, Pointeen, Old Bank y Cotton Tree, pero muchas están en peligro inminente por la falta de políticas de protección patrimonial, la presión del mercado inmobiliario y la migración.
No hablamos lo suficiente del sentimiento de pertenencia que estas estructuras generan: de cómo nos conectan con nuestros ancestros, de la seguridad emocional que brindan y del orgullo de ser caribeños que se fortalece al verlas.

La pérdida de nuestra arquitectura tradicional no solo implica perder edificios antiguos; significa renunciar a una narrativa común, a nuestras raíces y a la posibilidad de transmitir a las futuras generaciones el valor de nuestra herencia cultural.
Debemos actuar ahora. Urge impulsar políticas municipales de conservación, educar a las nuevas generaciones y promover restauraciones respetuosas.
Proteger nuestras casas tradicionales es protegernos a nosotros mismos.

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