La otrora ciudad centroamericana, capital del granero de Centroamérica, nunca mas fue igual; la Managua de 1972 era «muy preciosa», recuerda periodista Henry Briceño
Managua, la capital nicaragüense se preparaba para celebrar las fiestas de Navidad, pero justo un día antes de la Noche Buena fue estremecida por el terremoto que derribó como naipes una buena parte de sus casas y edificios, los cuales de un momento a otro quedaron en el suelo otras fuertemente averiadas.
En el corazón de la capital destacaban diversos centros nocturnos, se levantaban edificios como el del Banco de Londres y el Banco de América y en el comercio en esos días representaban todo «un acontecimiento» y atractivo «las escaleras de Carlos Cardenal», La llamada Novia del Xolotlán, de la época de 1972, era «muy preciosa», según las memorias del periodista Henry Briceño, sobreviviente del terremoto registrado en los primeros minutos de 1972
“¡Se perdió Managua! Este es un terremoto y vos muchacho ¿no sabes qué cosa es esto?”. Escuchó el periodista Henry José Briceño Portocarrero de parte de una anciana que arrodillada respondía a su pregunta de “¿qué está ocurriendo?”. El reloj marcaba las 00:35 A.M., del 23 de diciembre de 1972.
Un fuerte sismo y varias réplicas del mismo sacudían la capital nicaragüense y como resultado miles de personas fallecidas, lesionadas, y damnificadas. Para Briceño “había comenzado una odisea en el mismo infierno”. Las fuertes sacudidas que sufrió la Managua de 1972 encontraron a Briceño bailando la canción “La Negra Celina”, en el Ron Ron Club.
“Fue todo de repente. Ruidos por doquier acompañados de un horrible movimiento bajo los pies. Difícil mantener el equilibrio. Gritos de hombres, mujeres, niños que gritaban por algo que no se conocía y que se comenzaba a experimentar.
La energía eléctrica desapareció dando paso a las luces vehiculares, salimos del Ron Ron Club y como una pesadilla miré caer en pedazos el edificio de los Bomberos, postes del tendido eléctrico cayeron a mis pies. Nadie sabía que estaba ocurriendo en Managua”, relata el sobreviviente en un escrito de 16 páginas titulado: “Así viví el terremoto de 1972, a 50 años de la destrucción de nuestra querida Managua”.
Según el sobreviviente, el edificio de “Pollos Rostizados” diagonal al actual Ministerio de Transporte e Infraestructura (MTI), por poco le sepulta “y desde el parquecito del viejo Plantel de Carreteras pude observar como el Estadio Nacional de forma rítmica, sin salirse de su circunferencia, me brindaba un macabro espectáculo”.
Para ese entonces, Briceño, alquilaba un modesto apartamento de trabajador-estudiante en las cercanías del Mercado Bóer y a escasos metros del viejo Hospital del Seguro Social, en la dirección de entonces: Frente a Pedro “Tuco” –Don Pedro García-. Esa noche, relata Briceño, inútilmente esperó a sus compañeros de apartamento Raúl Tijerino Sandoval, un blufileño, a quien volvió a mirar 39 años después, un 10 de diciembre del 2011 y un salvadoreño que en ese tiempo trabajaba como locutor de una radio capitalina, de quien no ha sabido de él 50 años después.
Previo a la tragedia, en la lejanía, desde donde Briceño estaba acostado “escuchaba aquella bonita e infaltable canción de la Sonora Matancera en época de Navidad: “Otra Navidad, otro año más de recordación/ yo estaré muy triste/ para mí no habrá fiesta ni alegría…”.
En ese momento, recuerda que tuvo hambre, por lo que buscó en el refrigerador de la casera, pero no encontró nada de alimentos y decidió salir para comprar comida, buscó sobre la Avenida del Ejército. Pero todo estaba cerrado. Fue entonces cuando decidió entrar al Ron Ron Club, ubicado frente al Benemérito Cuerpo de Bomberos, muy cerca del Estadio Nacional Somoza “donde servían un rico bistec entomatado por siete cincuenta córdobas”. Es por ello, que Briceño alega que “el hambre me salvó mi vida”.
Vivienda caían “como naipes”
Fue así que Briceño empezó a correr hasta llegar al restaurante Rincón Español, “un hueco en la pared frontal permitía salir nerviosa y apresuradamente a todas las personas que disfrutaban de una noche navideña en la propia calle Colón, frente a la Casa del Obrero, hoy Central Sandinista de Trabajadores (CST). La empresa Alka Seltzer celebraba la Navidad con sus empleados en ese local. Ayudamos a salir a varios amigos y amigas que estaban gozando de la música de Luisito Rey –papá del cantante Luis Miguel- en vivo”.
Ya eran momentos de descontrol total, “un taxi nos condujo sobre la Avenida del Ejército. Muchas casas caídas comenzaban a obstruir el tráfico. El Banco de Sangre destruido en un santiamén. Llantos, gritos desgarradores y aún no comprendía nada de lo que ocurría”.
“Pellizqué mi brazo izquierdo, sentí, no era pesadilla. Otro temblor y las viviendas pequeñas, medianas y grandes caían frente a nuestros ojos como naipes, tolvaneras rojizas alumbradas por faroles de vehículos que con rumbo fijo y otros sin él comenzaban a deambular por la Managua atacada por un terrible terremoto. Llegué con muchas dificultades al barrio Largaespada, de la vieja Mansión Somoza seis cuadras al sur. Allí nos recibió un tercer temblor que concluyó la obra infernal”, relata en sus memorias el periodista Briceño.
Señala el sobreviviente, que el barrio Largaespada, al igual que la mayoría que conformaban la Managua de ese entonces sucumbieron ante “un feroz terremoto”, que considera no fue comparado con los ocurridos en 1844, 1885 y 1931. Esto, “Era tan grande el dolor que las mismas lágrimas sufren tanto que no quieren siquiera dar la cara”, dice el periodista quien fue testigo de los resultados de la tragedia.
En las vivencias de Briceño resaltan el caso de los propietarios de la Miscelánea “Angelita”, en el corazón del barrio Largaespada, donde entre sus escombros estaba el hijo de la propietaria Angelita Reyes de Laí y Ramón Laí, su marido (qepd). cuyo hijo estaba atrapado en los escombros.
“Sin medir consecuencias, propia acción de joven, penetré entre piedras, bloques, polvo y logré llegar donde estaba semienterrado el niño. Halé bruscamente de su brazo y logré rescatarle, aún vivía, aún vive en Brasil convertido en Ingeniero. De prisa llevamos al niño al Hospital Bautista ubicado a escasas cuatro cuadras. ¡Decepción! El Bautista en el suelo, destrozado, ya muchos heridos y muertos estaban en sus costados esperando una inútil atención”, recuerda.
A los sismos siguieron los incendios, dice Briceño, que menciona como los Mercados Central y San Miguel, los dos más grandes y populosos de la Managua de esa época, fueron consumidos por las llamas.
“Las llamas avanzaron y a su paso destruían todo. Imposible ayudar a los miles de personas que habían quedado atrapadas en ascensores, oficinas, edificios comerciales y casas particulares. Feo decirlo, pero los que vivimos el terremoto de 1972 estuvimos en el mismísimo infierno”, sostiene.
Tras apuntar: “Esa madrugada friolenta, cargada de pesadilla real, me recordó el momento agradable que horas antes había gozado en el barrio San Sebastián en casa de nuestro compañero de estudios Julio César Chacón actualmente radicado en Costa Rica”.
Familia entera sepultada en los escombros
De esa manera Briceño se trasladó a ese barrio a verificar por la suerte de su amigo, a quien encontró “de rodillas, frente a los escombros de su vivienda, toda su familia había quedado sepultada, una familia entera, no podía aceptarse esa triste realidad, apenas minutos antes nos tomamos un par de tragos en la acera de esa casa atendido por su propia madre.
‘Todos están ahí’, me señaló Julio Chacón”.
Fue así que, “procedimos a quitar destrozos y a evacuar muertos. Se profundizaba en ese instante la dolorosa tarea de rescatar heridos y muertos. Julio no se detenía y continuaba tarareando ante estas horribles escenas la canción de la Alegría, de Beethoven. No había lágrimas, estas vendrían después, siguen surgiendo hoy al recordar a los más de diez mil muertos que dejó a su paso el sismo. Sin bomberos, sin policía, sin Cruz Roja, sin nada. Solo aferrados a la voluntad de Dios”.
Tras referir: “Ataúdes hicieron falta. Tipitapa fue solidario, nos obsequió ocho Cajas mortuorias que sirvieron para dar cristiana sepultura a un número igual de víctimas”.
Sin embargo, en general “la mayoría de muertos compartieron tumba. Palas mecánicas cavaron fosas de ocho por veinte por tres metros. Camiones de volquete depositaron centenares y centenares de cadáveres en las tumbas comunes”.
“Abandonen Managua, abandonen Managua…” decía un sujeto con megáfono en mano desde un helicóptero que volaba sobre los escombros de la capital, indica el sobreviviente quien explica que esto era en advertencia ante una posible epidemia.
“El hedor de muertos –humanos- ya era una molestia para los que nos resistíamos a abandonar nuestra querida Capital. Al final el éxodo. Miles de familias ordenadamente dejamos atrás a Managua físicamente, la Managua intacta iba en nuestros corazones”, señala tras recordar que aunque a principios de 1973, poco a poco muchos retornaron a Managua, también hubo familias que dispusieron permanecer en el interior del país, otros dejaron Nicaragua para nunca más volver.
A los derrumbes provocados por las estremecidas de los sismos y las llamas, se sumó el saqueo por parte de personas que llegaban desde los departamentos. “La Guardia de Somoza también saqueaba y arrebataba bienes a aquellos que se querían aprovechar”.
En la Navidad de 1972, Managua no contaba con energía eléctrica, agua potable y escaseaban los alimentos.
Y aunque la ayuda internacional no se hizo esperar, pues los países amigos enviaron aviones cargados de medicinas, ropa y alimentos la mayor parte de la misma quedó en poder de los “controladores” de turno en el Aeropuerto “Las Mercedes” hoy “Augusto César Sandino”. Anastasio Somoza Debayle, había nombrado como Coordinador de la ayuda internacional a su propio hijo del mismo nombre, apodado el “Chigüín”, rememora el periodista.
“Cómo no recordar en este triste pasaje la figura morena del inmortal Roberto Clemente, el big laguer, que nos había visitado durante el XX Campeonato Mundial de Base Ball Aficionado, “Nicaragua Amiga 72”. Roberto cargó de víveres y medicinas su avión y salió de Puerto Rico rumbo a Managua con mucha ayuda. Lo hizo de noche. Roberto Clemente se perdió para siempre el 31 de diciembre de 1972
Nadie atendió advertencias
A mediados del año 1972, el Ingeniero Carlos Santos Berroteran había anunciado sus “premoniciones científicas” de que iba a ocurrir un terremoto de grandes magnitudes, bajo la justificación de que ya se había cumplido la llamada “vuelta cíclica” de 30-40 años, desde la ocurrencia del terremoto del 31 de marzo de 1931 y porque, presuntamente, habían “movimientos raros” en el subsuelo de Managua. “Nadie quiso ponerle atención a Santos Berroteran”, indica Briceño quien confirma la versión de que “esa noche el cielo se puso rojizo y el calor aumentó más que de costumbre, y finalmente llegó el traqueteo infernal de las 12:35 minutos de la noche de aquel 23 de diciembre de hace 50 años”.
“Managua fue destruida por el terremoto de 1972 en treinta segundos, igual que Hiroshima, sueños, aspiraciones, toda una frustración, impotencia, pero lo fundamental: Nadie se rindió.
Todo producto de un sismo 6.4 es la escala Richter. 320 mil afectados, sin viviendas, sin dirección. 10 mil muertos. Diversas fuentes afirman que fueron no menos de veinte mil los muertos- Muchos perdieron a sus familias. Cuarenta y nueve minutos después del primer sismo el otro, luego otro y Managua cayó a mis pies hecha pedazos. Sin previo aviso, muy propio de la naturaleza. Muy íntimo del Creador”.
Los temblores no cesaron, los sismos de menor intensidad mantuvieron su ritmo después de la catástrofe. Centenares de movimientos telúricos se suscitaron después del 23 de diciembre, pues aún para marzo de 1973 Managua sufría los embates de la falla sismológica de Tiscapa que se había activado a las 12:28 de la madrugada del 23 de diciembre de 1972, teniendo como epicentro las orillas del lago de Managua.
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