La emprendedora que vende alimentos en las calles de Nueva Guinea

Se llama Jesenia Castro, tiene 49 años de edad y desde hace 25 años se gana la vida vendiendo alimentos en las calles de Nueva Guinea.

Me encuentro frente al negocio de Daniel Cabrera. Estoy haciendo los mandados de la casa, pero lo visito para conocer su estado de salud. “No está”, dijo una muchacha. “Anda en Bluefields, ya sabe, en lo de la hemodiálisis”, agregó.

Doy la vuelta y el sol está radiante sobre la calle que lleva hacia el Pali. Allí ha surgido un nuevo mercadito en Nueva Guinea, con negocios de todo tipo: frutas y verduras, abarroterías, farmacias, venta de carne, queso y crema, pollos enteros y en piezas, ropa y calzado, sorbetes, la tienda Amazona y muchos otros que son ambulantes.

Entre estos está el Pelón con su camioncito donde ofrece frutas frescas en trozos empacadas, papayas, sandías y ceviches, y otros que ofrecen artículos para decorar el vehículo. Y también se observan varios mendigos que se ubican frente a la entrada del Pali. 

El tránsito de vehículos, por momentos, se torna pesado: se escucha el motor de las motos, de las camionetas, taxis, gritos de los vendedores, risas y silbidos.

Bajo la sombra que da el alero del negocio del hijo de Daniel Cabrera, Javier, se encuentra una mujer ofreciendo alimentos que lleva en un carretoncito. Todo lo que ofrece está cubierto con un mantel y dentro de un termo.

A esta mujer la he visto toda la vida por las calles vendiendo con su carretoncito. Me acerco a ella para conversar sobre su actividad económica, su pequeño negocio, su emprendimiento.

Se llama Jesenia Castro, tiene 49 años de edad y desde hace 25 años se gana la vida vendiendo alimentos en las calles de Nueva Guinea.

—¿Qué es lo que comenzó vendiendo?

Comencé con atol de trigo, arroz de leche, manjares y comiditas de cinco pesos de esos tiempos: arroz, salpicón, guineo cocido, puré de papa.

—En ese tiempo Nueva Guinea era más pequeña, prácticamente solo era el centro, la alcaldía, el banco, Enitel.

Uhh sí, todo esto que es la calle central hasta el mercado.

—Y ahora, con el crecimiento de la ciudad, ¿por dónde se mueve?

Me muevo por las 10 cuadras del casco histórico de la ciudad, doy la vuelta y cruzo por la rotonda los 4 evangelios hasta la gasolinera.

—¿Y cómo le va? Cuéntenos.

Pues ahorita están bajas las ventas, se han bajado últimamente.

—Pero usted ya tiene su clientela.

Claro que sí, en la policía, en el mercado, en la alcaldía, en las instituciones. La gente me espera con mi venta.

—¿A qué hora, más o menos?

Entre las 10 y las 11 de la mañana, no me fallan.

—¿A qué hora sale de su casa?

Entre las 8:45 y 9:00 de la mañana.

—¿A qué hora termina un día bueno?

Le voy a explicar, son dos ventas las que saco.

Por la mañana vendo comida: papas rellenas, empanadas de maduro, pollo rostizado, tajadas con queso y repochetas.

Por la tarde vendo postres: atol de trigo, arroz de leche, manjar y repostería, todo eso de la 1:45 a las 5 de la tarde. Siempre hago el mismo recorrido y mis clientes son hombres, mujeres y niños. La gente de las colonias me compra manjares para llevar.

—Con este negocio ha sacado adelante a su familia, a sus hijos. ¿Tiene hijos?

No, no, soy soltera. Vivo con mi mamá, ella tiene 70 años.

—Pero, ¿tiene gente que le ayuda a preparar sus productos?

Si, una sobrina que ha aprendido mucho. Ahorita ella está preparando la venta de la tarde. Para sacar esta venta, la de la mañana, desde la cinco estamos trabajando.

—Me alegro mucho, le digo. Siempre la he visto por las calles con su venta. La felicito mucho y le deseo lo mejor, que todos los días sean buenos para usted.

Ella sonríe. Usted debe conocer a mi mamá, dice. Es doña Coco, la de las Sopas Doña Coco, se acuerda.

—Ah, ya, doña Coco, claro que sí.

Un camión viene rugiendo del lado Norte, pita desde la esquina, se detiene al cruzar la calle. Frente al lugar en que estoy platicando con Jesenia vuelve a detenerse y se escucha el pito de los taxis que no avanzan. Tres hombres se suben al camión que se dirige hacia una colonia, va atiborrado de gente como si de sacos se tratara.

Sigo haciendo mis mandados, pero no dejo de pensar en Jesenia. Una mujer sola que tiene muchos años de andar con su carretoncito por las calles de Nueva Guinea, sin importar el estado del tiempo.

Estoy seguro de que fue doña Coco, la de las sopas, su madre, la que le enseñó a preparar los alimentos y ahora ella le ha enseñado a su sobrina. Es el “saber hacer” transmitido en generaciones.

Ese saber hacer es un factor importante para emprender junto con las ganas de trabajar. El convencimiento de que sí se puede, es lo que a Jesenia le ha permitido transitar en el tiempo con su negocio, además de su capacidad organizacional y de gestión, pues es ella la que administra y dirige su microempresa.

Planifica en el espacio y el tiempo porque sabe exactamente las horas en que la población demanda sus productos (alimentos fuertes: entre 9 y 11 a.m. y postres por la tarde) y ha trazado sus rutas de venta por las calles, enfocándose en las instituciones y el mercado.

Son las ganas de salir adelante, tener la idea para emprender, mantener la motivación para la consecución de los objetivos trazados, aunque se cometan errores, porque estos se corrigen, se mejora, se perfeccionan y diversifican los productos con el tiempo.

Y es a través de tiempo que se logran beneficios económicos y prestigio social, el reconocimiento del emprendimiento por la sociedad. Ahora, muchos programas de gobierno apoyan con medios y recursos diversos emprendimientos, los que cuando inició Jesenia, hace 25 años, no existían.

21 de abril de 2024.
Nueva Guinea, RACCS.

Foto Propia.

Publicado por Ronald Hill en 6:16 

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