Susana MarleyCuningham, conocida como Mamá Grande, es una líder miskita exiliada en Costa Rica desde hace más de un año. Vive en La Carpio, San José y trabaja arduamente en organizar a la comunidad miskita. Ella simboliza la resistencia y la resiliencia indígena.
Mamá Grande nació hace 66 años en la comarca Cabo Gracias a Dios, Waspam, Caribe Norte. Es sobreviviente de la Navidad Roja, un operativo ejecutado por el Ejército Sandinista que, en diciembre de 1981, destruyó las comunidades ubicadas sobre la ribera del río Coco y las trasladó de manera forzada hacia el sector de Tasba Pri.
Cuarenta años después, Mamá Grande ha tenido que vivir un nuevo desplazamiento forzoso, en esta ocasión, fuera de Nicaragua. “Estamos aquí por la invasión de los colonos armados que están asesinando a nuestros líderes, no hay paz, no hay tranquilidad, las familias están huyendo a Honduras, Estados Unidos y Costa Rica”,
Para Mamá Grande, establecerse en el exilio es bien duro. No es fácil acceder a los servicios de salud y educación. Y el empleo formal es casi imposible. A pesar de esa adversidad, sigue adelante y trabaja para ayudar a la comunidad miskita y preservar sus costumbres y tradiciones.
Mamá Grande señala que la identidad del pueblo miskito está presente en sus formas de vida, pero en el exilio, muchas cosas no son posibles. “La pesca es lo más importante en nuestra vida, eso es lo que hacíamos en nuestra región. Solíamos pescar, sembrar y cosechar”.
Pero ni estando en Nicaragua podían dedicarse a esas actividades debido a la invasión de colonos armados. “Sembramos, pescamos, cazamos, pero nuestras tierras están invadidas, usurpadas por terceros”.
Según Mamá Tara, las familias miskitas en el exilio viven en pobreza, con restricciones de recursos económicos y con baja escolaridad. Además, son familias numerosas.
“Familias completas están migrando, están separándose, la migración divide las familias. A veces se viene el papá de primero y después manda a traer su familia. Buscan la manera de establecerse en un lugar donde tener un trabajo y no aguanten hambre”, asegura Mamá Grande.
Cuando llegó a Costa Rica se estableció en La Carpio. Ahí buscó trabajo como maestra miskita, una profesión que ejerció por más de 3 años en Nicaragua, pero, le dijeron que no podía poque está muy vieja “Yo a mis 66 años ya no puedo trabajar porque dijeron que los adultos mayores no pueden trabajar”, lamentó.
Para no depender de la caridad, Mamatara, debe arreglárselas para el sustento diario de la familia y aunque también se ayuda de los ingresos que proporcionan dos de sus hijos, ella busca crear ingresos adicionales.
“Nos ha tocado hacer pequeños emprendimientos como vender nuestra comida típica, como decir el Wabul, el Rondón, para poder pagar el alquiler de casa, atender la salud y comprar alimentos para el sustento diario”, subrayó.
Familia bilingüe
Andrés es nieto de Mamá Grande. Él tiene 10 años y asiste de lunes a viernes a una escuela en La Carpio, ubicada a unas ocho cuadras de la casa. La niñez recibe las clases en español y no en su lengua materna. Pero, en el seno del hogar, la enseñanza del miskito es indispensable. La niñez crece siendo bilingüe porque está obligada a aprender español para insertarse en la sociedad costarricense.
“Las mamás inculcamos nuestra lengua, mantenemos la comunicación en nuestra lengua materna, aunque también le ayudamos a hacer la tarea en español”, afirma. Otra necesidad lingüística de la comunidad es el uso del idioma en las actividades espirituales, añade Mamá Grande.
“La familia asiste a una congregación religiosa que realiza el culto en español, pero también nos permiten realizar nuestros cultos en nuestro idioma, porque aún tenemos varias familias que no hablan español, y necesitan un espacio de la Palabra de Dios en nuestra lengua materna”.
En las iglesias de Costa Rica, los pastores son mestizos y solo predican en español, sin embargo, están gestionando con el pastor de la Iglesia Morava en Pavas para establecer encuentros al menos una vez a la semana para las familias de La Carpio.
Mantener la identidad inicia desde la preparación del gallopinto con coco, dice Mamá Grande.
Madres transmiten otros saberes para la vida en comunidad
Además de la transmisión del idioma, las misquitas trasladan a sus hijos e hijas los conocimientos ancestrales para mantener la vida en la comunidad. Sin embargo, la transmisión de estos saberes está condicionada por los roles de género tradicionales entre hombres y mujeres porque las mujeres quedan relegadas al espacio privado y al rol de cuidadoras.
Mamá Grande señala que en las familias miskitas se atribuye al varón el rol de “jefe de la familia”, quien procura que las mujeres contraigan matrimonio con un hombre que les de seguridad y protección”. Es decir, prevalece la visión del hombre proveedor.
En las tradiciones indígenas no hay cabida para la diversidad sexual y las mujeres se mantienen dominadas por el hombre, el pastor o el líder de la comunidad. Por esa razón, las madres miskitas inducen en sus hijas la figura del matrimonio, aunque no signifique la realización de las mujeres. “Nos decía que por eso es bueno tener un matrimonio con un hombre que sea responsable, para que cuando la mujer esté embarazada se haga cargo, la cuide y proteja”.
“Me enseñaba mi mamá que el día que te toque casarte, hay que casarse con un hombre no vulgar, ni bebedor, ni irresponsable, tiene que ir en la iglesia, donde el pastor a pedir la mano”, agrega Mamá Grande
Defensora nata
Mamá Grande es la hija número 10 de 13 que procrearon su papá y su mamá. Su nombre está ligado a la historia de resistencia del pueblo miskito y su lucha frente al genocidio que el régimen sandinista ejecutó contra esta población en la llamada Navidad Roja.
“Yo era maestra graduada de formación docente, en las comunidades trabajé desde el 1979. Hasta 2003 que me quitaron la plaza. Me quitaron el trabajo por denunciar violaciones a los derechos humano, por denunciar el genocidio de la Navidad Roja, de 1982, crímenes del régimen sandinista contra el pueblo miskito”, cuenta.
“Existió un plan para acabarnos y exterminarnos, dijeron que solo piedras sobre piedra van a encontrar a los miskitos, teníamos que actuar, que defendernos, hasta después me di cuenta de que había corrido riesgo de perder mi trabajo, mi vida”, afirma.
Animar al pueblo
Mamá Grande considera que para levantar el ánimo al pueblo miskito se debe hacer campañas de sensibilización sobre el orgullo de ser indígena misquito y también desarrollar “una campaña de alfabetización en nuestra lengua materna porque hay mucho que hablan, pero no saben escribir, otros que lo hablamos y escribimos”, señala que esas acciones aseguran la transmisión de los valores culturales.
Ella recuerda que las madres miskitas son las defensoras y promotoras de la lengua “en la casa son las madres que están enseñando los valores morales, los valores espirituales, enseñan palabras que saben en español a sus hijos antes que vayan a clase”, aseguró.
“Mi madre así me decía, por ejemplo: este es un lápiz y me mostraba el lápiz, este es un cuaderno que se usa para escribir, esto se dice zapato, calcetín vestido, falda, blusa azul y blanco. Me enseñaba como decir las cosas de la cocina, este el tenedor, este es la cuchara, este es el caldero porque teníamos mucho caldero, lo que ella sabía me enseñaba, la mamá transmite a sus hijos, y les dice las palabras que ella conoce”, comentó la líder.
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